Poco a poco fue descubriendo que era lo que más le apasionaba y fue dándose cuenta de lo que significaba aquella palabra que tanto repetían en la universidad.
”Cuidar” no era un verbo normal, sino que podía conjugarse de manera reflexiva añadiendo pronombres a su terminación. La primera persona era la más difícil de llevar a cabo, pero rápidamente aprendió que sin ella, el resto no tendría sentido. Cuidar era acompañar, acariciar, sostener, observar, escuchar, comprender, respetar, proteger y enseñar. Y todas esas definiciones comprendían una profesión de la que aún la sociedad, solo conocía la superficie.
Tras dar muchas vueltas por diferentes plantas de distintos hospitales, lo tuvo claro. La Pediatría, era su mundo. La ilusión de los niños, la
fuerza de los recién nacidos, el coraje de los padres primerizos, la valentía de las familias, la lucha de los prematuros, el crecimiento de los adolescentes. Todo estaba interconectado, del hospital al colegio, del centro de salud a las urgencias pediátricas. Se recordaba cada día la frase “no somos adultos en pequeñito” y hacía todo lo posible por demostrar a los niños y niñas que podían comerse el mundo.
Al terminar la residencia se prometió a sí misma que lucharía por un sistema sanitario en el que se reconocieran las especialidades enfermeras, en el que el esfuerzo y la formación estuviera recompensado con un puesto justo. En el que se creasen bolsas específicas para las especialidades existentes y se diera paso a la creación de nuevas. Porque basta ya del “valemos para todo”, apostemos por una sanidad pública, de calidad y basada en la evidencia.
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